La mascarilla se ha convertido en icono de nuestra época y recorrió el siglo XX, del Ku Klux Klan a las Pussy Riot
Por Justo Barranco
La máscara, la mascarilla, se ha convertido en poderoso icono del momento que vivimos . La pandemia ha transformado los rostros que vemos por la calle, borrando las expresiones que nos permiten comunicarnos, las que figuran en los emoticonos del whatsapp. Pero ni es la primera vez que una pandemia nos obliga a cubrirnos con mascarillas –aunque la primera vez fue hace sólo un siglo– ni las máscaras nos resultan unas desconocidas: las utilizamos desde hace milenios.
La misma palabra persona proviene del griego y significaba rostro pero también máscara del actor. Y el personaje que representaba. “Talla tu máscara”, decía Marco Aurelio. ¿Qué relaciones hay entre las personas y sus máscaras? ¿Las usamos para escondernos? ¿Protegen? ¿Provocan miedo? ¿Nos transforman? ¿Rompen el orden social? Y, ¿es una mascarilla protectora una máscara tal y como la entendemos habitualmente?
La peste de Manchuria
En el siglo XVII se crearon trajes para los médicos de la peste. Iban cubiertos por un sobretodo que les llegaba hasta los tobillos y en la cara llevaban una máscara con forma de pico de pájaro en cuyos orificios colocaban hierbas contra el mal olor y los miasmas. Provocaban pavor por su aspecto y porque su presencia indicaba muerte. Pero las mascarillas protectoras no se empezaron a utilizar de forma masiva hasta hace un siglo. Con la gran peste de Manchuria de 1910-11, un área entonces disputada por China, Japón y Rusia.
Un doctor chino educado en Cambridge, Wu Liande, nombrado por la Corte imperial contra la plaga, fue el que frente a los médicos extranjeros –que creían más en las pulgas– defendió que esa peste neumónica que mataba casi al 100% se transmitía por el aire. E imitando las recientes máscaras quirúrgicas (1897) con más capas, impulsó su uso por la población afectada.
El antropólogo Christos Lynteris, de la Universidad St. Andrews, señala que para una China en pugna por el territorio manchú gestionar bien la crisis era una afirmación de que sabían gobernarse. Esas mascarillas, que no siempre funcionaban, eran también máscaras, afirma: invocaban o personificaban una fuerza. Pero ahora, era la de la razón. La razón médica y la modernidad higiénica, que intentaban conjurar las imágenes de la larga lucha contra la peste.
Las guerras de las máscaras
Resulta siempre difícil que una silenciosa máscara deje de hablar. Hoy es símbolo de una guerra cultural en EE.UU.: hay tiendas que no permiten entrar con mascarilla, mientras otras la exigen. Hay manifestantes que exigen su derecho a morir libremente y no llevarla y, en el lado opuesto, hay millones de manifestantes con mascarillas –en algunas se puede leer ‘No puedo respirar’– por la muerte de George Floyd. Y dado el poder que siguen teniendo las máscaras –sean las de V de Vendetta o La matanza de Texas– y el papel que siguen jugando en nuestras sociedades, el CCCB va a dedicarles una gran muestra en 2021.
El Ku klux Klan y las Pussy Riot
Jordi Costa, jefe de exposiciones del CCCB, señala que la muestra partirá del libro Algunas cosas oscuras y peligrosas (La Felguera), de Servando Rocha, que será el comisario. “El libro explica el siglo XX –señala Costa– a través de la máscara, lo que de forma simplificada sería ir del Ku Klux Klan a Pussy Riots.
Ve como la máscara ha sido utilizada en algunos casos como instrumento de poder para establecer un orden basado en el miedo, como el KKK, pero también aborda casos como Anonymous, las Pussy Riot o los zapatistas que usan la máscara para dar la idea de que el individuo se convierte en un nosotros, una masa rebelde insubordinada.
La muestra recorrerá cómo la cultura popular se alimenta de la máscara y el antifaz, desde las novelas de folletín a los superhéroes, y acabará hablando de la identidad y la invisibilidad en el mundo digital. Y aunque no estaba previsto, estará la mascarilla contra el virus, símbolo perfecto de la pandemia porque parece que nos hace a todos igual de vulnerables y paranoicos”.
Y, puntualiza: “No hablamos de la máscara antropológicamente sino desde su uso civil, pero la máscara siempre abre una puerta para comunicarnos con la parte más pulsional, con el inconsciente y lo más incontrolable. Nos da la patente, en los carnavales, para ser otro por un tiempo. Incluso las mascarillas de este momento, que parecen tener una lectura automática y que nos igualan, la gente ya las está singularizando, sea con el Totoro de Miyazaki o la mascarilla de Vox, oscura, que transmite una imagen hostil que conecta con el lenguaje bélico en torno al virus que ha sido vendido como una guerra y no una consecuencia inevitable de dinámicas del antropoceno, de la sociedad capitalista y depredadora”.
Nostradamus y el horror
El comisario de la futura muestra, el canario Servando Rocha dice sobre el momento actual que parece que estemos en un año cero a nivel colectivo y le fascina que en las actuales protestas de EE.UU. “La mascarilla se ha emancipado de sí misma y se ha convertido en un objeto identitario, de comunidad, ya no sólo protege, lo que es difícil junto a mil personas, sino que oculta tu rostro y te hace miembro de un grupo”, dice.
Y añade que ve la actual mascarilla “en la genealogía de las máscaras en conexión clara con las máscaras de los doctores de la peste, de los cuáles Nostradamus fue uno, y luego con el horror y el apocalipsis que fueron las máscaras de gas en la Primera Guerra Mundial, con las que la gente se fotografiaba en plena cotidianidad”.
La máscara nunca miente
“Arranco mi libro con los grandes enmascarados, como el KKK, que al principio tenía otra imagen. La actual, desde 1915, está influida por el cine: entienden que para dar miedo has de parecer un ejército donde no hay un yo sino un nosotros. Pero sus primeros disfraces eran demoníacos, con cuernos, y cometían atrocidades. ‘Para cometer monstruosidades teníamos que aparecer como monstruos’, decían. Cuando te pones la máscara, y eso lo vemos en carnaval, no engañas, la máscara nunca miente, lo que hace es que podamos expresar nuestra naturaleza desde el anonimato. El hater de las redes sociales se enmascara con un nick falso puede ser él porque le enmascara la red”.
Desaparecer es un crimen
Rocha recuerda a su enmascarado favorito, Fantomas, la primera película con el cartel prohibido –en él se ve al villano con smoking y antifaz, un puñal en la mano y el pie a punto de chafar la Torre Eiffel– por glorificar el crimen. Recuerda que nadie del gobierno mexicano se quería entrevistar con el subcomandante Marcos si no se quitaba la capucha. Él se negaba porque así todos somos Marcos.
Y cuenta que las Pussy Riot utilizaban pasamontañas de colores porque el negro les haría parecer malas personas. “La máscara es un elemento perturbador. Y lo más curioso es que hoy las mascarillas llegan en una época en la que desaparecer es un crimen. Quien no tenga redes, no esté siempre conectado, es sospechoso de ocultar algo. La máscara en ese sentido se convierte en símbolo de una época, oculta parcialmente el rostro en un tiempo que nos obligan a identificarnos continuamente”.
No responses yet