Biden convierte la transición a las energías limpias en la clave de su política económica

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Política

La Casa Blanca no quiere desperdiciar la oportunidad para reorganizar la economía estadounidense en torno a un punto: la transición a las energías renovables y la consecución de una economía con ‘emisiones cero’ en 2050

«Nunca desperdicies una crisis». En esas cuatro palabras se basa toda la política del presidente de Estados Unidos, Joe Biden. La crisis es, obviamente, el Covid-19, con su legado de muertes -más que las sufridas por el país en la Segunda Guerra Mundial-, recesión -la mayor caída del PIB desde la Gran Depresión de los años treinta-, y déficit público -el más grande desde la Segunda Guerra Mundial-, que ha transformado a Estados Unidos.

Y lo que la Casa Blanca no quiere desperdiciar es la oportunidad para reorganizar la economía estadounidense en torno a un punto: la transición a las energías renovables y la consecución de una economía con ‘emisiones cero’ en 2050. Biden, el hombre gris, el candidato que se impuso simplemente porque ni entusiasmaba ni espantaba a nadie, el único que se impuso a Donald Trump a base de callarse cuando el otro le insultaba llamándole Joe «el dormilón», quiere usar la crisis del coronavirus para transformar el modelo energético de la primera economía mundial.

Es un cambio inmenso. Estados Unidos es el mayor productor de petróleo y el décimo cuarto por reservas; el tercer mayor productor de carbón y el primero por reservas (lo que incluye los yacimientos, con diferencia, más rentables del mundo, en Wyoming y Montana); y, de nuevo, el primero en producción de gas natural, donde es el tercero por reservas. La naturaleza ha bendecido a EEUU con cantidades inimaginables en Europa de combustibles fósiles, y el espíritu emprendedor del país y su capacidad de aplicar nuevas tecnologías, como el controvertido ‘fracking’ en la extracción de petróleo y gas, han hecho el resto. La era del petróleo no empezó en Pennsylvania hace 160 años por casualidad, sino por esa combinación de tecnología, espíritu emprendedor y riquezas naturales. Si EEUU renuncia a los combustibles fósiles, está abandonando una de sus ventajas competitivas en la economía mundial.

Pero Biden es un político con una experiencia de casi cinco décadas, Eso significa dos cosas. Una, que el cambio del mundo hacia un entorno ‘descarbonizado’ -es decir, sin energías fósiles- es imparable. Y dos, que, la sostenibilidad puede darle muchas victorias políticas. Por de pronto, es su gran baza por el flanco izquierdo. Con la transición a las renovables, el presidente puede controlar a la izquierda demócrata, dominada por dos políticos con querencia a saltarse la disciplina del partido, proclives a los golpes de efecto en redes sociales, y que, además, tienen una tremenda popularidad entre los votantes jóvenes: el senador socialista Bernie Sanders, y su ‘heredera’, la representante Alexandria Ocasio-Cortez.

Ambos lideran un sector minoritario del Partido Demócrata, pero en claro crecimiento, que ha convertido la lucha contra el cambio climático en una de sus grandes bazas electorales, sobre todo con el concepto del ‘Green New Deal‘, el ‘Trato Nuevo Verde’. Es un eslogan que entronca con el ‘New Deal’ con el que Franklin D. Roosevelt sacó a EEUU de la Gran Depresión, y que nadie sabe bien qué significa, salvo lograr unos Estados Unidos en los que, por medio de la inversión pública, se alcancen las ‘emisiones cero’.

Aunque Biden ha rechazado el ‘Green New Deal’, sí va a usar la política energética para complacer a la izquierda. ¿Cuándo? Probablemente, el mes que viene. La Casa Blanca espera poder anunciar en marzo un programa por valor de tres billones de dólares (casi 2,5 billones de euros) entre gasto público y exenciones fiscales para la recuperación de la economía estadounidense tras el Covid-19. Y ese plan de estímulo descansa sobre una pata: la transición a las energías renovables, el desarrollo de los vehículos eléctricos, y la expansión del, por ahora mínimo, transporte público en Estados Unidos. Los objetivos son claros: lograr ‘emisiones cero’ en la generación eléctrica de EEUU en 2035 y en el conjunto de la economía en 2050. Esta última es una fecha que se sitúa a medio camino entre la de la UE, 2035, y la de China, 2060.

En total Biden planea invertir 2 billones de dólares (1,66 billones de euros) en sostenibilidad energética. Es, sin embargo, una cifra con truco, porque ahí caben todo tipo de políticas: de la mejora del aislamiento de las escuelas públicas para hacerlas más eficientes desde el punto de vista energético, hasta la investigación para fabricar reactores nucleares más baratos. Aun así, sus objetivos son claros. La energía es la clave de su política económica.

Los nombramientos de Biden ya han dejado más que claras sus prioridades. «No hay ni un solo centrista«, declaró al diario ‘Financial Times’ Kevin Book, el director de ClearView Energy Parners, una consultora especializada en energía, cuando, apenas 48 horas después de llegar a la Casa Blanca, el presidente nombró a 19 altos cargos de agencias reguladoras del sector. Cinco semanas antes, el presidente había anunciado la nominación al cargo de secretario de Energía a la ex gobernadora de Michigan, Jennifer Granholm. El hecho de elegir a la antigua máxima responsable del estado en el que está Detroit, la ‘ciudad del motor’ en la que tienen su sede General Motors, Ford y Chrysler (aunque esta última es, en realidad, italo-francesa), muestra su intención de avanzar en la ‘electrificación’ del parque automotriz estadounidense.

El de Granholm no es un caso aislado. El presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca es Brian Deese, uno de los negociadores del Acuerdo de Paris que firmó Barack Obama, del que se salió Donald Trump, y al que Biden volvió el mismo día en el que asumió el cargo, y que regresa al Gobierno tras haber sido director de Inversión Sostenible en la mayor gestora de fondos del mundo, BlackRock.

Finalmente, la nominada a secretaria de Interior es Deb Haaland, la primera persona indígena que ocupará un cargo en el gabinete del presidente de EEUU en la Historia de ese país, y una defensora de que en los terrenos de titularidad pública no se realicen prospecciones mineras, petroleras, o gasistas. De hecho, el mismo 20 de enero en que llegó a la Casa Blanca, Biden suspendió temporalmente una serie de operaciones petroleras en Alaska y Utah, y anuló el permiso para la construcción del XL, una sección de 526 kilómetros de longitud de la masiva red de oleoductos Keystone que transportaría petróleo de las arenas bituminosas de Alberta, en Canadá, a las refinerías y puertos del Golfo de México y a las ciudades de Costa Este de EEUU. El presidente también ha ordenado una cancelación de los permisos para llevar a cabo operaciones de ‘fracking’ en los terrenos de titularidad pública, que suponen aproximadamente el 25% de la superficie del país. No es una medida tan dura como suena, porque las empresas no están interesadas en ampliar sus operaciones con el precio del barril a 60 dólares. Pero sí es una clara señal de por dónde va a ir la regulación y los procesos administrativos en los próximos cuatro años.

Estos movimientos, además, se dirigen a un mercado que ya ha abandonado el carbón, está perdiendo entusiasmo por el petróleo, y ha visto cómo su entusiasmo por el gas se enfriaba.

El caso más obvio es el de la primera de esas fuentes de energía. En 2008, el 20% de la generación eléctrica estadounidense procedía del carbón. En 2019, solo el 11%, y la extracción de carbón solo generaba 54.000 empleos directos en el país. Eran menos que el número de empleadas en salones de manicura. Y entonces llegó el Covid-19, que ha golpeado a los sectores que son más intensivos en mano de obra, como la minería. En junio pasado, por primera vez en la Historia, el carbón cayó a la cuarta plaza en cuanto a fuente de energía en generación eléctrica, tras el gas natural, las renovables y la nuclear. Sin embargo, el gas natural y el petróleo no aumentan su participación en el mix energético estadounidense desde, paradójicamente, la presidencia de Obama. Si en 1980, las petroleras acumulaban nada menos que el 28% del valor de las empresas del índice Standard and Poor’s de la Bolsa de EEUU -que agrupa a las mayores compañías del país- hoy el porcentaje es del 2%. No hay una manera más clara de decir que las energías fósiles han perdido la confianza del gran capital.

Acaso el ejemplo más obvio sea el del estado petrolero por excelencia, Texas, que, si fuera un país independiente, sería el décimo quinto productor mundial de esa fuente de energía. El 80% del aumento de la generación eléctrica en Texas en los últimos cinco años se ha debido a las renovables. El Ayuntamiento de la segunda mayor ciudad del estado, San Antonio, recibe todo sus suministro eléctrico de un parque eólico de la empresa Anvangrid, propiedad de la española Iberdrola. Biden, así pues, lo tiene todo a su favor para su apuesta por las renovables.

Por: Pablo Pardo, El Mundo

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