A pesar de las adversidades que lleva aparejada la pandemia y de los costes económicos y sociales asociados, hay objetivos irrenunciables. Como irrenunciable es el avance continuado de las mujeres en todos los órdenes de nuestra organización política y socioeconómica.
De repente todo lo establecido ha pasado a no ser evidente. Todo se cuestiona. Nuestras referencias, valores, costumbres y formas de comportamiento colectivo. Una mayoría social cree ya que el mundo político, empresarial y la sociedad no funcionan del todo bien y demandan un modelo más cercano a las características más consustanciales a las mujeres y, por consiguiente, a la igualdad efectiva de mujeres y hombres. Por justicia y por eficiencia económica ya que las estimaciones cuantitativas realizadas por el FMI cifran en un 14 % el incremento del PIB que podría producirse en Europa si la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres fuese real y efectiva.
La igualdad es un elemento imprescindible para el desarrollo económico y la cohesión social de todos los países, de todas las compañías. Según un estudio de la consultora Boston Consulting Group (BCG), las mujeres toman el 70 % de las decisiones de compras a nivel global, porcentaje que en Estados Unidos se eleva hasta el 80%. Es evidente, pues, que el papel de las mujeres cobra cada día más relevancia en las empresas, que deben incorporar medidas operativas y estratégicas para dar respuesta a esta realidad.
Cuantas más mujeres formen parte de los órganos de gobierno de las empresas esto tendrá un impacto positivo en las mismas. Aquí hay que huir de las cuotas; los fichajes femeninos deberán hacerse en base a la cualificación y al mérito. El igualitarismo entorpece que salga a relucir el verdadero liderazgo femenino. En los puestos de mando siempre deberían estar los mejores para que eso tenga un impacto positivo en la empresa.
El objetivo final debe ser conseguir la igualdad de oportunidades partiendo de las diferencias y, de este modo, alcanzar el necesario equilibrio en la alta dirección, en todos los tipos y tamaños de las empresas de nuestro país: en las del IBEX-35, las más avanzadas, donde las mujeres siguen estando infrarrepresentadas, pese a los avances de casi 13 puntos porcentuales en los últimos 10 años, y que suponen un 71,7% más de consejeras que en 2010; y en las PYMEs, que representan más del 99% de nuestro tejido empresarial, y en las que únicamente 1 de cada 4 (el 26%) cuentan con más del 40% de mujeres en sus consejos de administración.
Por otra parte, los nuevos modelos de gestión empresarial apuestan por el equilibrio y la diversidad, poniendo a las personas en el centro neurálgico de la actividad empresarial. Un modelo de liderazgo basado en la empatía, en la cooperación, y en la flexibilidad. Un modelo en el que las mujeres tenemos mucho que decir.
La percepción y la mentalidad social en torno al liderazgo cambia a pasos agigantados en nuestra sociedad. El tiempo de las jerarquías, adhesiones y unanimidades ha pasado. Vamos hacia un liderazgo participativo y eficiente. Están cayendo los techos de cristal marcados por horarios y estilos de dirección rígidos que dificultan la conciliación del trabajo y la familia. Pero igual que caen los techos de cristal caen los que nos autoimponemos las mujeres y que tienen que ver con la falta de confianza, el perfeccionismo o el miedo al fracaso. El nuevo modelo de liderazgo que buscan las generaciones más jóvenes premia la cooperación ante la jerarquía y el respeto con el bienestar de los demás. Hay una mayor consciencia sobre el impacto de las personas en el mundo externo y de la necesidad de trascender desde lo individual al bien común.
El liderazgo tradicional ocultaba el sentido de pertenencia a la comunidad, el alcance social de las decisiones y el respeto al individuo y al hábitat como principios de actuación. El pensamiento colectivo ha de prevalecer sobre lo individual.
La pandemia ha acelerado los cambios que ya se venían fraguando. Caminamos hacia modelos de empresa (y de sociedad) más empáticos, cercanos y comprometidos de lo que hasta ahora venía siendo habitual y en los que el modo de liderar femenino adquirirá mayor relevancia. Estamos llegando al punto de inflexión donde nada será igual tras las últimas décadas donde el cambio de mentalidad ha sido imparable. Como decía Franz Kafka, «A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar». Como montañera aficionada que soy, intuyo que la cima está a la vista.
Por: Lucía Casanueva, elEconomista.es
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