A 169 años de un discurso mítico: «¿Acaso no soy una mujer?»

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El 29 de mayo de 1851, Sojourner Truth, una mujer afroamericana y antigua esclava, tomó la palabra públicamente para denunciar su doble opresión en su condición de mujer y negra. Casi 170 años después, aquel discurso sigue siendo recordado como referente e inspiración de la lucha feminista

Por: Esther López Barceló

El primer vehículo en caminar por Marte lleva el nombre de una mujer afroamericana que nació esclava, huyó para liberarse de su amo, venció en los tribunales a un hombre blanco, dio un discurso feminista que se convirtió en mito y acabó siendo una de las principales lideresas del movimiento sufragista y abolicionista de los Estados Unidos de América.

Nada parecía indicar en 1797 que en una hacienda de esclavos del estado de Nueva York nacería una niña negra y esclava, llamada Isabella, que acabaría inspirando el nombre de un robot lanzado al espacio doscientos años después. El primer vehículo motorizado que ha caminado sobre el planeta rojo fue lanzado en 1997 y se llamaba Sojourner. Ese fue el nombre con el que ella misma se renombró: Sojourner Truth. En inglés, «sojourner» (del verbo «to sojour») tiene diferentes traducciones al castellano: «la que habita», «peregrina» o «errante». Y «truth» significa «verdad».

Era uno de los trece hijos del matrimonio de esclavos afroamericanos, Elisabeth y James Baumfree, quienes murieron cuando ella tenía 9 años. A esa tierna edad ya tuvo la terrible experiencia de ser expuesta en pública subasta junto a otros «esclavos, caballos y ganado», como ella misma relató en su autobiografía, que fue dictada a su amiga Olive Gilbert en 1850.  En total fue vendida cuatro veces: la última de ellas, afortunadamente, a quienes compraron su libertad.

Tras el fallecimiento de sus padres malvivió sometida a maltrato constante por parte de diferentes amos, tal y como se relata en su biografía: «un domingo por la mañana, en particular, le dijeron que fuera al granero. Al ir allí, encontró a su amo con un manojo de varillas, preparado en las brasas y atado con cuerdas. Le dio los azotes más crueles con los que la torturaron. La azotó hasta que la carne quedó profundamente lacerada, la sangre brotó de sus heridas, y las cicatrices permanecen hasta el día de hoy, para dar testimonio del hecho».

En 1810 fue testigo de cómo apalizaban, ante sus propios ojos, a su primer amor. Se trataba de otro esclavo, llamado Robert, que no había recibido aprobación de sus propietarios para mantener una relación con ella. El terrible recuerdo de ese acto de violencia la acompañó durante toda su vida: «cayeron sobre él como tigres, golpeándolo con los extremos de sus bastones, destrozando su cabeza y cara de la manera más horrible y haciendo que la sangre, que brotaba de sus heridas, lo cubriera. Como una bestia sacrificada». Nunca más volvió a verle.

Poco después se casó con otro esclavo, llamado Thomas, con quien tuvo cinco hijos, si bien dio a luz a trece y existen sospechas de que su entonces propietario, Dumont, fuera el padre de alguno de ellos. No obstante, estos hechos no quedan claros en sus memorias. Todo parece apuntar a un silencio premeditado a tenor de las siguientes palabras escritas directamente por Olive Gilbert, su biógrafa: «Sobre este tema surgieron una larga serie de pruebas en la vida de nuestra heroína que debemos pasar en silencio, algunos por motivos de delicadeza y otros porque la relación de ellos podría infligir un dolor inmerecido a algunos que ahora viven.»

Lo que es seguro es que su último amo rompió su promesa al no liberarla un año antes de que fuera abolida la esclavitud en el estado de Nueva York (1827). El motivo no podía ser más miserable. Alegaba que ella se había lastimado una mano dejando de ser suficientemente productiva como para que le fuera rentable dejar de poseerla antes de tiempo. Es por ello que Isabella, de profundas convicciones religiosas, creyó justificado ante su fe huir cuando hubiera acabado los trabajos más penosos del año en la plantación. Fue entonces cuando se marchó a plena luz del día con su bebé, Sofía, en brazos.

En su huida recaló en casa de una familia abolicionista que la ayudó, entre otras cosas, comprando su libertad a su anterior propietario, que había ido a buscarla y se quedó conforme tras recibir 20 dólares por ella. Sin embargo, aún tuvo que luchar en los tribunales para recuperar a uno de sus hijos, Peter, quien había sido puesto en venta por Dumont, fuera del estado, de forma ilegal. Se convirtió así en la primera mujer negra en ganar un juicio a un hombre blanco. En 1842, Peter desapareció, tras embarcarse en un ballenero del que no regresó nunca. Un año después, Isabella se encomendó a la fe del adventismo, lo que seguramente propició su cambio de nombre en 1843.

Fue en 1850, año en que dictó sus memorias a su amiga Olive, cuando participó en la Primera Convención Nacional de los Derechos de la Mujer, en Worcester. Al año siguiente también lo hizo en la Convención de Akron (Ohio) y fue entonces cuando su figura se tornó mítica. Espontáneamente -o no, qué más da- Sojourner se atrevió a hablar y exponer su realidad como mujer afroamericana que luchaba no sólo por la igualdad racial sino también por la emancipación de su género. En palabras de la célebre activista feminista, Angela Davis: «Su aspiración era ser libres, no sólo de la opresión racista, sino también de la dominación sexista».

«¡Yo he arado, he sembrado y he cosechado en los graneros sin que ningún hombre pudiera ganarme! ¿Y acaso no soy una mujer? Podía trabajar tanto como un hombre, y comer tanto como él cuando tenía comida. ¡Y también soportar el látigo! ¿Y acaso no soy una mujer? He dado a luz a trece niños y he visto vender la mayoría a la esclavitud. ¡Y cuándo grité con mi dolor de madre, nadie sino Jesús pudo escucharme! ¿Y acaso no soy una mujer?»

(Fragmento de «¿Acaso no soy una mujer?» recogido en «Mujeres, raza y clase» de Angela Davis).

Con esas palabras Sojourner no sólo apelaba contra la misoginia ejercida por los hombres, sino también contra la insolidaridad de sus propias compañeras de lucha, las feministas blancas. «Al repetir su pregunta «¿Acaso no soy una mujer?» nada menos que en cuatro ocasiones, exponía los prejuicios de clase y el racismo que impregnaban al nuevo movimiento de mujeres», explica Davis.

Existen diferentes versiones del mismo discurso, debido a que su transcripción se realizó en todos los casos a partir de la evocación del recuerdo del mismo por parte de diferentes testigos. La emotividad, vehemencia y verdad que transmitió como oradora trascendió la literalidad de sus palabras, consiguiendo que su discurso siga siendo recordado casi tres siglos después de su muerte.

Según Angela Davis, en aquellas convenciones tuvo siempre que lidiar con silbidos y quejas por su participación. «Aquí radica la contribución excepcional de Sojourner Truth. En aquellas ocasiones en que las mujeres blancas tendían a olvidarse de que las mujeres negras no eran menos mujeres que ellas, su presencia y sus discursos sirvieron como un recordatorio constante».

Esto mismo podemos comprobarlo expresado directamente por Truth en una de sus exposiciones públicas: «Sé que ver a una mujer de color levantarse para hablarles de (…) los derechos de las mujeres suscita como un resquemor o algo parecido a deseos de silbar. Se nos ha hecho caer tan bajo, a todas nosotras, que nadie pensó que algún día volveríamos a levantarnos; pero ya se nos ha pisado bastante; nos alzaremos de nuevo y, por ahora, aquí estoy yo».

Durante la Guerra de Secesión apoyó al ejército de la Unión reclutando soldados, se reunió con Abraham Lincoln, luchó contra la pena de muerte en Michigan y continuó su activismo feminista y antirracista. Incluso realizó una protesta contra la segregación racial subiéndose a un tranvía, por lo que resultó herida tras ser expulsada del mismo por el conductor, al que denunció y venció en los tribunales.

Su acción sirvió de inspiración, casi un siglo después, para mujeres como Claudette Calvin o Rosa Parks. Ambas, con nueve meses de diferencia respectivamente, retaron las leyes racistas estadounidenses vigentes en 1955, subiéndose a un autobús y sentándose en los asientos reservados a los blancos. En una entrevista reciente, Calvin dijo: «Sentía como si las manos de Sojourner Truth me hubieran estado sosteniendo uno de los hombros y las de Harriet Tubman el otro.”

Harriet Taubman fue otra mujer afroamericana que huyó de su destino como esclava y organizó rescates de esclavos a través de una red clandestina, llamada «tren subterráneo», organizada para ayudarles a escapar de las plantaciones del Sur a estados libres o a Canadá. Un sistema en el que se inspira la brillante serie de HBO, basada en el libro homónimo de Margaret Atwood, «El cuento de la criada».

La historia de la lucha de las mujeres afroamericanas para liberarse de las múltiples opresiones que las atravesaban y las atraviesan es, aún hoy, una laguna extraña para quienes hemos sido educadas en una cultura occidental y eurocéntrica, construida en exclusiva sobre referencias blancas. Yo misma me he impuesto cubrir estas carencias y para ello recomiendo cursos y talleres que ofrecen lugares que se salen de los márgenes como la cooperativa «Crisi: espai de pensament crític» donde la profesora Florencia González presenta las aportaciones de pensadoras y activistas negras, chicanas, indígenas, postcoloniales y decoloniales que ponen de manifiesto la heterogeneidad de los movimientos de mujeres a lo largo del tiempo.

Sojourner Truth es una de las cientos de mujeres cuya lucha desconocemos pero que, a pesar de ello, nos abrieron camino. Dentro de unos meses se celebrará el centenario de la ratificación de la 19ª enmienda de la Constitución de Estados Unidos, aquella en la que se garantiza la no discriminación del derecho al voto en función del sexo. Para conmemorarlo se imprimirá en un billete la efigie de una mujer negra que nació esclava, que nunca aprendió a leer ni a escribir, pero que, casi doscientos años después, sigue impactándonos por su atrevimiento al preguntar: «¿Acaso no soy una mujer?»

Artículo publicado en El Diario.es

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