Por: Alicia Martos
“La competencia siempre produce perdedores”, decía mi admirado Nash en el film ‘Una mente maravillosa’.
“Es bueno tener una competencia válida. Te empuja a hacerlo mejor,” comentaba frecuentemente el gran diseñador Versace.
Y es que cuando se habla de competitividad se suele transmitir sentimientos encontrados. Lo cierto es que está muy presente, cada vez más, en todas las áreas de nuestra cultura. Todos queremos tener éxito y luchamos por conseguirlo, con los demás pero también con nosotros mismos. El sentido de la competitividad está muy arraigado en el ser humano.
Es un rasgo de la personalidad con el que nacemos, luego, será el contexto del que participemos el que lo desarrolle más o lo mantenga latente en nuestro ser. Los niños ya compiten desde bien pequeños, hay bebés que lloran cuando su madre le da cariño a su padre o hermanos, y luchan por mantenerse más tiempo en el columpio del parque. Socialmente es un rasgo que no suele asumirse con entusiasmo; en general, se considera negativo a pesar de que en ocasiones, su utilización, nos puede dar buenos y adaptativos resultados. La competitividad es una característica intrínseca a la especie humana. Su origen se encuentra en la necesidad de aparearse. Así, muchas de las actitudes de competitividad están gobernadas por los mismos procesos que nos hacen luchar por la pareja deseada. Científicos de la Universidad de Missouri demostraron recientemente que el cerebro humano se desarrolló realmente gracias a la competitividad social. El tamaño de nuestro cerebro se incrementó en la mayoría de las áreas con mayor cantidad de población, en las que casi con toda certeza aumentó la intensidad de la competitividad social.
Los investigadores afirmaban que cuando los humanos tienen que competir para cubrir sus necesidades y por su estatus social, que proporciona un mayor acceso a los recursos existentes, un cerebro más grande supone una ventaja. Dichas indagaciones sugieren que la competitividad, ya fuera saludable o no, propició el escenario necesario para la evolución del cerebro humano. Este escenario se generó debido a que la expansión de la población dio lugar a una rápida disminución de los recursos ecológicos per cápita, con la consecuente e inevitable lucha por mantener y asegurar dichos recursos frente a los otros o con ellos. El cerebro debió entonces adaptarse y generar capacidades sociales y cognitivas nuevas, que permitieran a los individuos actuar en grandes grupos cooperativos que, a su vez, compitieran contra otros grupos por el control ambiental y el control de las dinámicas sociales que surgiesen.
Realmente el concepto de competitividad a veces se desvirtúa por no saber identificarlo, no debe confundirse con la arrogancia, con la soberbia, el narcisismo, la envidia, o incluso con la mala educación o la maldad por sí misma. Competir no es machacar al otro, se trata de que tú consigas la meta destacando de forma natural por tus méritos, no tener rivales sino puntos de referencia. La competencia con uno mismo no es autodestruirnos psicológicamente por no ser siempre los mejores, se trata de fomentar la creatividad para despuntar de la media y aprender de nuestros errores para ser mejores la próxima vez. Trabajando este tipo de competencia evolucionamos a seres mejorados, cuyos razonamientos evolucionan, se mejora la autoestima y evolucionamos hacia la deseada autorrealización personal. Nos convertiremos en un auténtico líder. Siempre han existido personas que son dirigentes naturales; pero además acompañan la competitividad con otros rasgos mejor valorados, como la seguridad, empatía, asertividad, solidaridad, comunicación emocional y efectiva, etc. En este caso, el halo de cualidades adicionales hacen de la competencia una habilidad que refuerza el atractivo del líder genuino.
Ganar engancha, nuestro lóbulo frontal y sistema límbico controlan nuestras respuestas emocionales ligadas a los intereses y motivaciones hacia la obtención de nuestra meta, estas respuestas se ven reforzadas a nivel hormonal, la testosterona está presente en hombres y mujeres altamente involucrados en la competitividad, la actividad que implica competencia esta acompañada de altas descargas de adrenalina y endorfinas, ganar nos hace sentir eufóricos y nuestro cerebro quiere repetir. Lo importante de este proceso es aprender a gestionar que a veces perdemos y no pasa nada, la lectura siempre debe ser positiva, la sana competencia estimula nuestra mente.
Crecer y desarrollarse en un entorno cada vez más competitivo no puede convertirse en una fuente de ansiedad, es más difícil afrontar el día a día pero también podemos aceptarlo como una oportunidad para cambiar nuestros patrones más rígidos de pensamiento, para corregir errores, para innovar, para arriesgar… Y es cierto, vivimos en una cultura competitiva, en la que se fingen las faltas en el deporte o se falsifican los currículos en el trabajo. Todo vale para ganar. Pero es un éxito externo, aparente y superficial que no nos proporciona satisfacción, y que, en aquellos casos en que somos referentes, nos lleva a dar un pésimo ejemplo. Es tu responsabilidad decidir qué tipo de competitividad eliges.
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