No deja de fascinarme el abanico de reacciones tan amplio que el ser humano presenta ante un mismo estímulo. Dos personas se enfadan por el mismo hecho y su conducta resultante puede ser totalmente opuesta. Así es la personalidad, genética, inconsciente y condenatoria. Si bien, esto no es una excusa para no tomar conciencia de cómo respondemos y de si estos comportamientos son realmente adaptativos, crueles, o incluso son una forma de abuso psicológico (en mayor o menor grado). A veces es difícil ponerle el nombre a las cosas, tanto para quién utilice este recurso, como para quién lo padezca.
¿Os ha pasado, verdad? Hay una discusión entre dos, os enfadáis y tú quieres solucionarlo como sea, no quieres quedarte ahí, estancado en la ira, en el malestar, quieres hablar y resolver el hecho, pero chocas contra un muro, una y otra vez, contra un trozo de hielo que no reacciona, solo se cierra aun más y toma distancia contigo tanto física como emocional, te ignora, deja de hablarte, durante eternas horas, en los peores casos durante días. No sabes qué hacer, no sabes por qué reacciona así, no sabes si pedirle perdón (otra vez), si ignorarle tú también, si dejarle tiempo y espacio pensando que ya se pasará…
Este recurso es conocido como la ley de hielo, normalmente es utilizado por personalidades que presumen de gran autocontrol y racionalidad por encima de la intuición y las emociones. Esta ley tiene como objetivo ignorar al otro, invisibilizarle, no tomar en cuenta lo que le dicen, fingir que no escucha, y la ausencia de comunicación que puede ser completa, o bien limitarse a respuestas cortas, secas e incluso monosilábicas. Asimismo es probable que además del silencio se produzcan contradicciones entre comunicación verbal y no verbal (decir que no le pasa nada y todo está bien con rostro de ira mientras ni te mira a la cara, por ejemplo).
Este nocivo comportamiento denota inmadurez y falta de inteligencia emocional, es altamente desadaptativo porque va a generar dolor e insatisfacción, y de hecho se ha observado que contribuye a deteriorar la satisfacción con la relación y el vínculo de pareja. Es una táctica defensivaque revela una mala gestión en la comunicación y resolución de conflictos. Además, tampoco permite trabajar sobre los aspectos que han generado el enfado, por tanto el motivo del enfrentamiento puede permanecer latente. Piensa que ignorar a alguien es devaluarlo e incluso anularlo. Además, esto se torna más insano cuando todo se da en el marco de un silencio duro y crudo que la víctima no sabe finalmente interpretar.
La ley del hielo genera también efectos físicos en quién lo padece. Hay estudios que prueban que el sentimiento de estar siendo excluido o ignorado da lugar a algunos cambios en el cerebro. Existe una zona llamada “corteza cingulada anterior”, cuya función es la de detectar los diferentes niveles de dolor en el ser humano. Pues bien, se comprobó que esta zona se activa cuando a alguien le aplican la ley del hielo.
Las causas de por qué se adopta esta ley de hielo pueden ser variadas, algunas más benevolentes/inconscientes que otras.:
- Incapacidad para gestionar las propias emociones que siente ante el conflicto, por tanto, escapa, lo evita.
- Defensa. Se busca terminar la discusión a toda costa para acabar con la tensión pensando retomarla después con más calma.
- Búsqueda del perdón. En algunos casos el cese de la comunicación persigue una restitución o compensación por parte del otro, generalmente a modo de petición de perdón.
- Conseguir lo que quiere. Es una forma de manipulación, el silencio se hace incómodo y doloroso para que el que lo recibe, quien puede llegar a sentirse mal y modificar su conducta con el fin de contentar al otro.
- Castigo. Utilizar esta ley de hielo para sancionar al otro por una conducta que se piensa reprobable (sea real o imaginaria).
Sea como sea, cuando surge un problema entre dos seres humanos, lo único sano es buscar la manera de dialogar para encontrar soluciones. El silencio y la distancia solo generan más equívocos y, al final, no resuelven absolutamente nada.
Artículo de Alicia Martos publicado en 20 Minutos
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