La sostenibilidad y el progreso social se convierten en el ser o no ser empresarial

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Innovación

La agenda institucional y el marco normativo mundial lleva años impulsando tendencias que se han acelerado con la llegada de la pandemia

Las empresas se enfrentan a una nueva era, y no solo por la pandemia, sino porque su futuro, sí o sí, se dibuja en un lienzo en el que la rentabilidad económica irá de la mano, y de manera indisoluble, de la sostenibilidad y el progreso social. Un concepto que puede parecer novedoso y que ha entrado muy recientemente en todos los debates, pero que se viene esbozando desde hace años. Asistimos a un cambio cultural en toda regla que removerá los cimientos y toda la estructura de las corporaciones. En resumen se trata de pasar de ser empresas socialmente responsables a compañías sostenibles y con propósito, donde las personas, el medio ambiente y el buen gobierno serán las musas que inspiren una revolución que el despliegue de solidaridad frente al Covid ha acelerado.

Es decir, se da un paso de gigante más allá de la acción social y los proyectos solidarios de los departamentos de RSC (Responsabilidad Social Corporativa), destinados al bien de la comunidad y el medio ambiente, y que de forma filantrópica buscaban en muchas ocasiones ganar reputación e imagen para la compañía. A partir de ahora todas las operaciones, toda la cadena de valor, todos los grupos de interés de una corporación pintarán un horizonte sostenible. Y eso significa desde respetar algo tan básico como los derechos humanos o a las minorías, procurar una educación de calidad en el mundo, reducir la huella de carbono y las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero también procurar el bienestar de los trabajadores, impulsar la diversidad y la igualdad, implantar prácticas de transparencia y buen gobierno, rendir cuentas…

A la empresa le toca reinventarse. «Ya no es solo filantropía ni proyectos de RSC. Se trata de una transformación profunda del modelo de negocio, que antes se centraba únicamente en generar valor para los accionistas, que solo miraba el corto plazo y el retorno económico, y no el impacto a medio plazo en todos los grupos de interés. La sostenibilidad impregnará todas las áreas de la compañías, las operaciones, los rendimientos financieros…», explica Ana Sáinz, directora general de la Fundación Seres. A partir de ahora las empresas tendrán un propósito, «una razón de ser», añade Saínz, que precisamente no será solo la cuenta de resultados económicos a final de año. «Crearán valor para los accionistas y para el resto de sus «stakeholders»: clientes, proveedores, trabajadores, la comunidad en la que opera, y por supuesto, el planeta», detalla Laura González-Molero, presidenta de APD, Asociación para el Progreso de la Dirección.

En la gran agenda

La pandemia ha puesto en evidencia la necesidad de acelerar un proceso que se venía gestando desde años atrás. «La conexión de la empresa con la sociedad es necesaria e imprescindible. Hoy ha sido el Covid, pero existen otros riesgos que pueden dejar a las personas atrás, como el cambio climático, los cambios en el empleo… Esas señales han empezado a formar parte de las agenda de la UE y del Foro Económico Mundial, y están tomando relevancia entre los directivos. Si las empresas no se ponen en la construcción de un futuro mejor se quedarán todas sin futuro», asegura Sáinz. Muchas de ellas son conscientes de que los schok económicos pueden llegar si no cuidan y contribuyen al bienestar de la sociedad y del medio ambiente.

»Los fondos europeos, el creciente respaldo inversor y las exigencias de los consumidores transforman en vital un profundo cambio en la cultura corporativa»

Desde hace años diversas instituciones internacionales, europeas y nacionales vienen preparando el caldo de cultivo en el que se desarrolla la sostenibilidad. Han aparecido nuevas regulaciones, disposiciones, recomendaciones, objetivos… que ponen al sector privado como una de las piezas clave para armar todo el puzle. Algunas establecen incentivos para aquellas compañías que en su desempeño tengan en mayor consideración lo que también se denomina criterios ESG (siglas en inglés de Environmental, Social, Governance), es decir criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno. Ahí están el Acuerdo de París para luchar contra el cambio climático; la Agenda 2030 de Naciones Unidas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible; el Pacto Verde Europeo para dotar a la UE de una economía sostenible; la «European Green Deal», con un paquete de medias (también con estímulos fiscales) para lograr un modelo de crecimiento sostenible e inclusivo… Y en los fondos europeos para la recuperación de las economías de los países miembros de la UE, las empresas que trabajen por la cohesión social y el cuidado al medio ambiente tendrán preferencia a la hora de optar a esas ayudas. «Son herramientas económicas y financieras que se ponen en marcha para apuntalar los pilares de crecimiento de estos nuevos modelos de negocio», considera Laura González-Molero.

Referente mundial

Ese contexto internacional se va incorporando a nivel nacional. En España, «hay muy buena sensibilización, a veces por efecto imitación: si mi competidor lo hace, yo también», dice Joan Fontrodona, profesor del IESE y titular de la Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa. Fontrodona llama la atención sobre un hecho: «La red española por el Pacto Mundial de Naciones Unidas es una referencia y es la que más firmantes tiene». El fin es crear una red empresas y organizaciones que alineen sus estrategias y operaciones con diez principios universales sobre derechos humanos, normas laborales, medio ambiente y lucha contra la corrupción. España también fue pionera en 2015 cuando la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) aprobó el Código de Buen Gobierno que obligaba a las cotizadas a contar con una política de Responsabilidad Social Corporativa supervisada por los consejos de administración. Este año, la CNMV ha dado un paso más al revisar este documento. «Ha cambiado sutilmente el discurso para hablar de sostenibilidad. Ahora las empresas también deberán tener comisiones dentro de los consejos de administración que vigilen que la compañía tiene en cuenta criterios sostenibles a la hora de colocar en el mercado sus productos y hacer sus operaciones», señala Germán Granda, director general de Forética. «La CNMV incluso incorpora que los consultores tengan competencias en riesgos financieros y no financieros», añade Orencio Vázquez, coordinador del Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa.

Medir el impacto

Lo piden también los inversores. «Tanto privados como institucionales. Muchos han hecho declaraciones públicas comunicando que solo invertirán en empresas alineadas con los principios de sostenibilidad», asegura Laura González-Molero. Para colocar su dinero, «los analistas internacionales preguntan a las empresas qué año va a tener cero emisiones o cuál es su brecha salarial de género. Miran con lupa muchos de componentes: criterios medioambientales, transparencia en la gobernanza, pago de impuestos y fiscalidad responsable… Y ser un buen empleador. Y eso no se trata de dar un ordenador a un trabajador para que concilie en casa. Hay que generar igualdad de oportunidades, cumplir la cuota de las personas con discapacidad en plantilla, respetar la orientacion sexual, garantizar un lugar seguro de trabajo, fomentar la formación y empleabilidad continua de los equipos».

Muchas veces son factores muy difíciles de medir. Y eso que existe una directiva europea que obliga a grandes empresas con más de 500 empleados a realizar un informe no financiero sobre su impacto social, medioambiental, en sus trabajadores y en el respeto a los derechos humanos. Es una forma de ganar confianza entre inversores, consumidores y la sociedad. «Hay mucho interés en medir el impacto social de las empresas porque se dan cuenta de que ese impacto es mucho mayor de lo que refleja la cuenta de resultados», puntualiza Joan Fontrodona.

«Europa ha puesto en marcha herramientas económicas y financieras para apuntalar los pilares del crecimiento de nuevos modelos de negocio»

De momento, algunos estudios ofrecen diversos indicadores. Un informe de Forética en los consejos de administración de 47 empresas reveló que el 29% cuenta con una comisión de sostenibilidad y otro 53% delega el seguimiento de estos aspectos a otra comisión preexistente. También el VII Informe del Impacto Social de las empresas de la Fundación Seres y Deloitte, que analiza 76 compañías, destaca que la inversión en temáticas sociales durante 2019 alcanzó los 1.429 millones de euros. «Ha crecido un 20% en los últimos siete años. A esto hay que sumar los 300 millones adicionales que las compañías aportaron para paliar los efectos del Covid en la primera ola de la pandemia», detalla Ana Saínz. Entonces demostraron todo su potencial: cambiaron sus procesos productivos y se pusieron a fabricar mascarillas y respiradores; pusieron a disposición de la sociedad sus redes logísticas; buscaron canales a través de internet para seguir abasteciendo… «La empresa tiene talento, flexibilidad y capacidad de adaptación. Por eso son actores importantes que pueden generar cambios a nivel económico, social y medioambiental», defiende Orencio Vázquez.

Ahora solo falta que esa conexión perdure tras la pandemia. Que las empresas, las administraciones y la sociedad en su conjunto dibujen de la mano ese horizonte sostenible al que todos nos encaminamos para tener un futuro.

Por: Maria José Pérez-Barco, https://www.abc.es/economia/

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