Solo en 2019 el mercado voluntario de carbono movilizó 320 millones de dólares para financiar proyectos de reducción de emisiones.
La tan manida descarbonización de la economía solo tiene un camino, reducir al máximo las emisiones de CO2. Para ello, se creó en la Unión Europea un mercado regulado de derechos de emisión, EU ETS, donde las grandes industrias, centrales de energía y aviación debían participara por ser grandes contaminadores.
Sin embargo, no es suficiente. Empresas de todo el mundo quieren también formar parte de esa lucha contra el cambio climático. De ahí que surgiera un nuevo espacio, los Mercados Voluntarios de Compensación de Carbono, y que, como ocurre con el ETS europeo, comienza a estar en el foco de inversores y especuladores.
Solo en 2019 el mercado voluntario de carbono movilizó 320 millones de dólares para financiar proyectos de reducción de emisiones, lo que supuso una reducción asociada de 104 millones de toneladas de CO2, el volumen más alto desde 2010.
Intercambio de créditos
Pero ¿cómo funcionan estos mercados voluntarios? Por un lado están las empresas que quieren compensar su huella de carbono. Lo hacen por varios motivos, o por decisión de los accionistas, por buscar inversores, por el rating financiero o porque su cliente busca una marca más sostenible.
Y por otro lado, están los desarrolladores de proyectos sostenibles, como por ejemplo reforestar el Amazonas, que ofrecen créditos de carbono, a su vez expedidos por organismos internacionales, a esas empresas. Y a través de traders, se hace el intercambio.
“Hay millones de proyectos», explica a Invertia Ignacio V. Belenguer Margarit, trader de emisiones globales de carbono en la firma Vertis Environmental Finance.
«Los proyectos voluntarios de carbono deben cumplir una serie de condiciones que permitan verificar que las emisiones reducidas y compensadas son legítimas, también sus interesantes cobeneficios con los ya generalmente conocidos ODS. Globalmente se han desarrollado certificaciones y/o estándares, que sirven como garantía de la veracidad e integridad de estos proyectos».
«Cuando el verificador y los organismos internacionales aprueban el proyecto desarrollado por los operadores, los cuales pueden ser ONG, empresas privadas, comunidades o gobiernos, se produce la emisión de bonos de carbono que pueden ser comercializados en mercados internacionales».
Un nicho para inversores
El problema es que está comenzando a sentir la influencia de lo que está ocurriendo en el mercado regulado de la Unión Europea. En este caso, en solo seis meses, el precio del CO2 se ha duplicado, desde los 20 euros/Tn de CO2 hasta los 43 euros, y nada asegura que vaya a bajar. La especulación de fondos, que ven segura la inversión, está tensionando los precios.
En el caso de los mercados voluntarios la relación no es tan directa, pero podría experimentar el mismo proceso. “Cada vez son más las empresas en nuestro país que calculan, reducen sus emisiones, lo cual en la medida de lo posible es parte crucial del proceso y posteriormente compensan las emisiones técnicamente no reducibles», añade Belenguer.
«Es parte de la contribución de algunas empresas nacionales a un problema que es global y sobre el que debemos actuar todos de forma ágil y coordinada».
Y pese a los vaivenes que pueda sufrir, de lo que no hay duda es que «nuestra querida Europa marcó el camino con el esquema de compensación obligatoria (EU ETS), y estos mercados voluntarios vienen a sumar y multipicar las fuerzas, los recursos y las partes implicadas», concluye.
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