Por: Jesús Miguel Castañeda Mayuri
Según un informe de la WWF, el 40% de los alimentos producidos han sido desperdiciados. Es decir, unos 2.500 millones de toneladas. Esta cifra estremecedora requiere de soluciones, sobre todo en un contexto de crisis medioambiental debido al impacto que tiene la producción en términos de emisiones de CO2.
La empresa Oscillum ha desarrollado una propuesta que puede formar parte de la solución. Ellos han desarrollado sensores inteligentes para el sector agroalimentario. Su principal aplicación es para medir el estado de los alimentos: si están o no en descomposición. Pero también ofrecen una variedad de utilidades en los procesos de la industria alimentaria. Conversamos con Luis Chimeno, el cofundador de este proyecto.
¿Cómo surgió Oscillum? ¿Cuál es la historia detrás de la creación de esta empresa de biotecnología?
Empezamos en 2017. Nos motivó una situación muy típica: ir a la nevera, abrir un producto que lleva varios días abierto y acabar tirándolo porque tiene un color y olor raro. Esa falta de información genera mucho malgasto de alimento. Nosotros como técnicos sabemos que el color y el olor no son parámetros para medir si un producto está malo. Y ya no solo por el lado de los consumidores, sino que también afecta a los productores porque esa falta de información también genera incertidumbre en ellos. Con lo cual, todo este desperdicio de alimentos no tiene solo un impacto medioambiental, sino que uno económico: se están tirando recursos sin siquiera cocinarlos; porque prácticamente el 86% de los alimentos que se tiran son productos que ni siquiera se han cocinado.
¿Cuál fue el proceso de desarrollo del sensor inteligente SmartLabel?
Nosotros lo que hacemos es emplear sensores que son capaces de determinar diferentes metabolitos del alimento. Sabemos qué es lo que ocurre con ese alimento conforme va pasando el tiempo -qué moléculas emite, etc.- y, posteriormente, seleccionamos aquellas moléculas que se relacionan con el estado que queremos determinar nosotros y diseñamos un sensor que detecte esa molécula e inicie el cambio de color.
¿Les ha costado entrar al mercado y convencer a las empresas de la industria agroalimentaria de los beneficios del sensor inteligente?
Hemos tenido suerte de tener bastante tracción orgánica. Sin ni siquiera haber empezado actividad comercial, porque estábamos enfocados en la optimización de la tecnología, ya tenemos varias empresas que están interesadas. Porque es una herramienta que te permite tener información a lo largo de toda tu cadena de valor. Esto es muy útil para la toma de decisiones: permite reducir costes y aumenta rentabilidad porque mejora la experiencia de consumo y, además, le da segundos ciclos de vida a productos que ya no se pueden vender -porque están cerca de la fecha de venta-; se pueden reutilizar cocinandolos para la sección de takeaway, por ejemplo.
Lo bueno es que nos encontramos en un timing perfecto: este tipo de tecnología se estaba buscando aplicar desde los años 70s. Pero el timing en cuanto a la reducción del malgasto de alimentos y la sostenibilidad es ahora. Lo que se ve aquí es un gran interés de la industria alimentaria por estas tecnologías.
¿En qué mercados planean expandirse?
Nos enfocamos directamente en el mercado internacional. Contamos con partners que nos ayudarán en la entrada a diferentes mercados, con lo cual no nos quedamos solamente a nivel nacional. Estamos hablando a nivel europeo, pero también Estados Unidos, Latinoamérica, etc.
Tienen planeado adaptar la tecnología a otros productos frescos como lácteos, frutas o verduras, ¿cómo se haría esa adaptación?
Nuestra visión en Oscillum es adaptar nuestra tecnología a todos los productos posibles para intentar evitar el desperdicio de los alimentos. Actualmente funciona para carne y pescado. Estamos empezando la adaptación con frutas con algunas productoras nacionales. Nuestra idea es seguir aplicándola a productos lácteos, embutidos, plant-based. Si nos contacta alguna empresa enfocada en este tipo de alimentos, lo que hacemos es pedir que nos expliquen la problemática, qué es lo que quieren medir y ya nosotros vemos si es técnicamente viable, y si lo podemos hacer, realizamos esta adaptación.
¿Los servicios dirigidos a las empresas – procesos logísticos, procesos internos y control de seguridad- tienen todos que ver con el sensor o es que desarrollan otro tipo de productos?
Lo bueno de la tecnología es que te permite diferentes aplicaciones. Por ejemplo, una tecnologia que cambia de color para verificar si un tratamiento que se ha hecho en un alimento se ha hecho correctamente. Para todos los procesos internos que impliquen un cambio químico, que se pueda medir mediante sensores químicos, se puede aplicar la tecnología. Entonces también existen esas posibilidades de aplicación.
Para el desarrollo de sus productos y servicios han necesitado financiación externa de instituciones. ¿Cree que necesitarán más adelante, en el contexto del Horizon 2020?
Hasta el momento todos los fondos han sido propios. Algunos han venido de premios de emprendimiento. Pero también tenemos en cuenta subvenciones nacionales, europeas e internacionales. También, evidentemente, fondos privados.
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