Por: Jesús Miguel Castañeda Mayuri
Los riesgos en la sostenibilidad de Machu Pichu alertan a las autoridades cuzqueñas y peruanas, pero poco se está haciendo al respecto. El turismo masivo, poco ordenado, y la contaminación de su entorno, no solo están atentando contra el bienestar de la mayoría de ciudadanos, de esta ciudad imperial, sino también ponen en riesgo al monumento arqueológico. Lo que es peor, deja muy poco para los procesos de desarrollo local de Cuzco.
Desde el 2007, Machu Picchu la ciudadela del imperio incaico, es una de “Las 7 Maravillas del Mundo Moderno”. Este lugar milenario -ahora, sitio turístico- se encuentra en Perú, a 110 km de la ciudad de Cuzco, en la provincia de Urubamba. En una montaña rodeada de vegetación, a 2430 metros de altura, Machu Picchu atrae al mundo por sus templos, terrazas y canales construidos a base de bloques de piedra ensambladas sin materiales adherentes. Se piensa que todo fue construido en el siglo XV, durante el periodo más expansivo del imperio Incaico. El director del sitio arqueológico, Fernando Astete, lo resumió de esta manera: «Machu Picchu es mucho más que un parque arqueológico, es un icono de identidad. Obreros y porteadores, cuando llegan, se sacan el sombrero en señal de respeto».
Ahora, Machu Picchu se ha convertido en uno de los lugares de tránsito turístico más conocidos a lo largo del mundo. Se estima que antes de la pandemia por el covid-19, unas 5 mil personas visitaban a diario el santuario histórico de Machu Picchu. A pesar del importante impacto económico que ha tenido en la ciudad de Cuzco y en el propio distrito de Machu Picchu este fenómeno, los impactos ambientales tanto en el Santuario Histórico como en los lugares aledaños producen gran preocupación: el 2017 la Unesco alertó de la posibilidad de incluir a esta ciudadela Inca en la categoría de patrimonio en riesgo.
El asunto ambiental
En el distrito de Aguas Calientes (denominado Machu-Picchu pueblo por ser el punto de acceso a la ciudad Inca), se puede encontrar uno de los principales problemas que ha traído el turismo masivo. Desde 2016, se viene difundiendo que en esta zona se está produciendo una acumulación de residuos de niveles incontrolables: casi 14 toneladas de residuos diarios. De los cuales se calcula que el 70% son producto de las visitas turísticas. Tiene sentido: si vas a Aguas Calientes te encuentras un lugar destinado en su gran mayoría a los servicios turísticos: filas de tiendas de souvenirs, cafeterías y restaurantes, hoteles y hostales, entre otros establecimientos.
Según una noticia publicada por Servindi en 2016, el alcalde del distrito en ese entonces ya confesaba que este problema llevaba para ese entonces cuatro años; también pidió la ayuda del gobierno central, pero estos indicaron que era responsabilidad de las autoridades municipales. El problema es que la única forma de deshacerse de los residuos es a través del tren. A 2019, esto se hacía, tan solo dos veces por semana: una solución completamente insuficiente.
La única iniciativa para remediar este asunto ha venido por parte del grupo empresarial AJE en alianza con la cadena de hoteles Inkaterra y la municipalidad de Machu Picchu. A mediados de 2019 presentaron una Planta de Tratamiento de Residuos Orgánicos para procesar ocho toneladas y convertirlo un bio-carbón, un fertilizante natural que podría ayudar a la reforestación de la ciudadela.
Sin embargo, esta no es la única preocupación que se tiene para la conservación del santuario incaico. Las visitas diarias -5 mil personas en promedio- producen un tráfico que ha sido difícil de gestionar por las autoridades encargadas de la conservación de esta maravilla arquitectónica. Según Miguel Zamora-Salas, el director del Parque Arqueológico Nacional de Machu Picchu (PANM), el hecho de que haya solo unas partes abiertas a los turistas ha implicado que se aglomeren grandes cantidades de personas en algunas zonas en lugar de dispersarse; con efectos negativos en los suelos de la ciudadela. “En Machu Picchu, donde los servicios han crecido sin planificación ni control, podemos afirmar que el turismo no es totalmente sostenible, principalmente en términos de sus efectos ambientales”, afirmó en una entrevista con _blog_.
También es cierto que las actitudes de los turistas no son las mejores: la gran mayoría solo siguen la moda de visitar lugares por sus cualidades comerciales más que por motivaciones históricas o incluso de aventura. No se ha enfocado Machu Picchu por su importancia histórica y espiritual, sino por la impresión que produce y su belleza innegable y esto es una tarea pendiente. Zamora- Salas reflexiona sobre ello: “El turista que llega a Machu Picchu visita el lugar más emblemático de la Cultura Inca, símbolo del imperio, un lugar arqueológico que ha estado escondido en la vegetación durante 400 años”.
En 2018, Fernando Astete, el director del sitio arqueológico de Machu Picchu declaró que la media de visitantes que puede soportar la ciudadela es de 5,600 cuando fue proyectado para reunir a 1200 personas; es decir, casi el número promedio de visitas que se producían. Del mismo modo, también afirmó que debido a las lluvias y las botas de montaña en las que vienen los turistas se ha deteriorado el suelo; para lo cual tienen que traer materiales vía trenes para reparar los daños. En un congreso organizado por el Parque Arqueológico del Coliseo y el Mudec de Milán, el director confesó un deseo sobre Machu Picchu: «A veces me gustaría que se descubriera otro Machu Picchu para salvar este de tanto impacto. No es Disneyland”.
Sí se han tomado medidas en ese sentido: desde el 2019 hay entradas por franjas horarias, se han creado recorridos alternativos -el Intihuatana- y se ha prohibido el acceso a las zonas más afectadas. Pero, lamentablemente, el hecho más positivo para el santuario fue la llegada del coronavirus. El parón del turismo permitió darle un respiro al suelo y alentó a los trabajos de conservación y renovación del sitio arqueológico; de no ser por la pandemia, con las visitas constante de turistas, no se hubiera podido realizar estas labores.
El asunto económico
Si el aspecto ambiental y de conservación es preocupante, el económico -principal para algunos- también deja mucho que desear.
Machu Picchu llegó a ser un elemento de cambio económico para la región de Cuzco y los distritos aledaños al santuario. La inversión en la promoción del turismo por parte del gobierno, el acceso mediante vías férreas a mediados del siglo pasado y la llegada de varios hoteles han sido de gran impacto. Esto, sin embargo, no se ha traducido en un desarrollo sostenible y en riqueza para los habitantes de la zona. Un estudio del Observatorio Turístico del Perú en 2007 indicó que los aportes al PIB de la región de Cuzco generados por los hospedajes del distrito de Machu Picchu y el Valle Sagrado solo son de 1.29%; unos aportes bajos por los cuales se infiere que la redistribución de ingresos por parte de este sector a la mano de obra y el estado es mínima.
“En otras palabras las prácticas turísticas se rigen por los mecanismos de la oferta y la demanda, pero sin mecanismos de regulación social equitativa, mientras que, en el caso de la minería, por ejemplo, el Estado impone un canon minero que corrige las deficiencias del impuesto general en función de las ganancias obtenidas”, indica Jessica Ruth Figueroa Pinedo, investigadora de la gestión turística y el desarrollo sostenible de Machu Picchu.
Si queremos hablar de sostenibilidad de una de las 7 maravillas del mundo moderno, poco se está haciendo en Machupichu. No queremos que dentro de poco, en el balance, los beneficios transitorios que podría estar trayendo este recurso turístico para Cuzco y el Perú, no compensen para el futuro cercano de las familias cuzqueñas. Lo que es peor, podríamos estar poniendo en riesgo un atractivo mundial de evidente importancia para el patrimonio histórico de la humanidad.
Comments are closed