La directora del Departamento de Salud Pública de la OMS, María Neira, explica de qué forma respirar contaminación puede provocar más de 400.000 muertes prematuras al año en Europa
Respirar. Miles de veces al día, todos necesitamos respirar. No podemos dejar de hacerlo. Más de 10.000 litros de aire pasan cada día por nuestros pulmones que, insaciables, piden más y de forma constante. Intente dejar de respirar un minuto. Difícil, ¿eh?
Y hay un número que debería cortarnos la respiración. Siete millones. Según estimaciones recientes de la OMS, la contaminación atmosférica en las ciudades y zonas rurales de todo el mundo provoca cada año siete millones de defunciones prematuras. Para hacerlo más cercano, más de 400.000 muertes prematuras al año en Europa. Hablamos de muerte prematura cuando nos referimos a un fallecimiento de una persona que entendemos que por su edad todavía no debería morir y no lo hace por causas de envejecimiento natural, es decir, es la muerte que se produce antes de la edad promedio de muerte en una población determinada.
Esta mortalidad se debe a la exposición a un enemigo invisible, unas partículas pequeñas de 2,5 micrones o menos de diámetro (PM2.5), que causan enfermedades cardiovasculares y respiratorias y cáncer. Una compleja mezcla de partículas sólidas, gotas líquidas y gases químicos que se forman de emisiones industriales, quema de combustibles sólidos, tráfico y muchas otras fuentes. Por ejemplo, el PM que se nos cuela en los pulmones cada vez que respiramos puede contener una mezcla de humo de motores diésel, metales tóxicos, nitratos y sulfatos. Atractivo, ¿no?
¿Esto quiere decir que el respirar nos está matando?
Según la evidencia de más de 70.000 publicaciones científicas que lo acreditan, sí: la mala calidad del aire que respiramos nos está enfermando y matando. Respirar aire contaminado tiene impactos negativos en casi todos los órganos de nuestro cuerpo, incluido nuestro cerebro.
Cada vez que respiramos aire contaminado, una mezcla de partículas tóxicas llega a nuestros pulmones y, desde allí, las más pequeñas pueden llegar a cualquier parte, atravesando incluso la barrera placentaria. Nos preocupan sobre todo el ozono (O3), el dióxido de nitrógeno (NO2), el dióxido de azufre (SO2) y las partículas (PM).
Son muchos los efectos a corto y a largo plazo que la contaminación atmosférica puede ejercer sobre la salud de las personas, aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas, como el cáncer del pulmón, enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, y neumopatías crónicas, entre ellas, el asma.
Los efectos más graves se producen en las personas que ya están enfermas. Además, los grupos más vulnerables, como los niños, los ancianos y las familias de pocos ingresos y con un acceso limitado a la asistencia médica, son más susceptibles a los efectos nocivos de dicho fenómeno.
Hoy, ahora mismo, mientras lee este artículo, el 90% de la población vive en lugares donde no se respetan las directrices de la OMS sobre la calidad del aire. Es muy simple, cuanto más tiempo estemos expuestos y más altos sean los niveles de contaminación, más riesgo para nuestra salud.
Cierto, algunas muertes pueden atribuirse a más de un factor de riesgo al mismo tiempo. Por ejemplo, tanto el consumo de tabaco como la contaminación del aire ambiente pueden provocar cáncer de pulmón. Algunas de las muertes por cáncer de pulmón podrían haberse evitado con la mejora de la calidad del aire ambiente y con la reducción del consumo de tabaco.
Una evaluación de 2013 realizada por el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer de la OMS determinó que la contaminación del aire exterior es carcinógena para el ser humano y que las partículas del aire contaminado están estrechamente relacionadas con la creciente incidencia del cáncer, especialmente el cáncer de pulmón. También se ha observado una relación entre la contaminación del aire exterior y el aumento del cáncer de vías urinarias y vejiga.
¿Y dónde nos contaminamos? La mayoría de las fuentes de contaminación del aire exterior están más allá del control de las personas, no escogemos el aire que respiramos. Mejorar la calidad del aire requiere medidas por parte de las ciudades, de nuestros alcaldes y alcaldesas, y por supuesto también de las instancias nacionales e internacionales en sectores tales como transporte, energía, construcción y agricultura.
Pero hay razones para el optimismo. ¿Qué haría falta? ¿Qué funciona? La priorización del transporte urbano sostenible, sendas peatonales y de movilidad urbana sostenible y limpia. Una rápida transición a fuentes de energía renovables —¡basta de combustibles fósiles!—, viviendas energéticamente eficientes y una mejor gestión de residuos industriales y municipales permitirían reducir importantes fuentes de contaminación del aire en las ciudades. Algo como una “planificación urbana saludable y verde”.
Pero sobre todo, lo que haría falta sería no aceptar lo inaceptable, esos siete millones de muertes prematuras, querer respirar aire que no nos enferme, que no nos mate, ¿tan raro es?
Si algo hemos aprendido de esta excepcional e histórica experiencia de enfrentar una pandemia, seguro que a partir de ahora haremos lo posible para reducir nuestra vulnerabilidad como sociedad, para minimizar al máximo los riesgos a los que nuestra salud está expuesta. Combatir las causas del cambio climático y la contaminación del aire reducirá de forma crítica nuestro riesgo, es una lucha común que nos dará grandes beneficios para nuestra salud.
Si hemos aprendido algo, la prueba será que el día que nos quitemos las mascarillas, al menos respiraremos aire limpio.
Por: Maria Neira, https://elpais.com/
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