Cómo afecta emocionalmente a los adolescentes la crisis del coronavirus

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Salud, Vida Sana

Entre los retos a los que habrán de enfrentarse los adolescentes destacan la incertidumbre académica constante, la amenaza de una recesión económica inminente, las restricciones en la comunicación (y el abuso de nuevas tecnologías para compensarlas) o las dificultades para acceder al mercado laboral.

Joaquín Mateu Mollá, Universidad Internacional de Valencia

La adolescencia es un periodo generalmente difícil, pues las necesidades sociales de aceptación se hipertrofian. Además, el cuerpo experimenta cambios muy notables y el individuo se cuestiona el papel que ocupa en la sociedad.

Se trata de una etapa de reorientación y búsqueda de nuevos significados. En ella se exploran los propios límites y se redefine la identidad. Es el espacio limítrofe entre la niñez y la vida adulta.

Su particular efervescencia se traduce en un riesgo acentuado de alteraciones emocionales. Particularmente con la aparición de tristeza y ansiedad (relacionadas con los vínculos sociales y con las exigencias académicas).

De hecho, durante su desarrollo debutan muchos de los trastornos psicológicos que manifiestan las personas en la edad adulta. Por ello se requiere una especial atención y más sensibilidad.

La confluencia de esta etapa vital con la crisis sanitaria provocada por el coronavirus implica resultados inciertos, que preocupan tanto a las familias como a la comunidad científica.

Entre los retos a los que habrán de enfrentarse los adolescentes destacan la incertidumbre académica constante, la amenaza de una recesión económica inminente, las restricciones en la comunicación (y el abuso de nuevas tecnologías para compensarlas) o las dificultades para acceder al mercado laboral.

¿Cómo afecta la pandemia a los adolescentes?

Hoy en día sabemos que la crisis por coronavirus ha generado importantes resonancias emocionales en los adolescentes. Concretamente se relacionan con una tendencia aumentada a experimentar síntomas ansiosos y depresivos.

Este hecho se ha revelado muy importante entre los que padecían algún problema de salud mental previo. Sucede porque constituyen una población vulnerable a las recaídas o al empeoramiento de su salud psicológica en situaciones de estrés intenso.

Son muchos los jóvenes que están refiriendo sensaciones de ansiedad difusas pero sugerentes de una hiperactivación de su sistema nervioso simpático, tales como inquietud y problemas para dormir (con una alteración específica de los ciclos naturales del sueño).

Asimismo, los ataques de pánico, entendidos como episodios agudos de intensa activación fisiológica, también han acentuado su prevalencia.

Todo ello confluye con una visión negativa del futuro y con la percepción de tener ante nuestros ojos una situación incontrolable. Estas dos variables predicen intensamente los trastornos del estado de ánimo (como la depresión mayor).

Estrés por coronavirus

Debido a que la crisis sanitaria se está extendiendo largamente en el tiempo, existen indicios de un aumento de respuestas fisiológicas de agotamiento. Estas surgen ante la producción persistente y elevada de cortisol en el organismo (hormona del estrés).

Dicha circunstancia se asocia a un aumento del riesgo de trastornos mentales. Además, puede ser particularmente crítica en el caso de las chicas adolescentes.

Por eso, mantener a los jóvenes bien informados, así como facilitar vías para que puedan intercambiar sus experiencias emocionales resulta esencial para prevenirlos.

Otra de las amenazas destacables reside en el eventual desarrollo de un trastorno de estrés postraumático en adolescentes. Esto podría ocurrir sobre todo entre aquellos que experimentaron alguna pérdida significativa o que temen intensamente por su salud o la de otros.

Esta circunstancia, en un cerebro que se encuentra en pleno desarrollo, puede afectar a estructuras tan importantes como el hipocampo (reducción de su volumen) o la amígdala (incremento de su reactividad), así como a la conexión entre esta última y la corteza prefrontal.

Este patrón estructural y funcional redundaría en una mayor vulnerabilidad al estrés y una regulación más deficiente del mismo.

Aún no disponemos de información precisa sobre el posible incremento de la ideación suicida. Sin embargo, se ha observado consistentemente en la literatura que esta es más frecuente y preocupante entre los adolescentes que se enfrentan a grandes estresores vitales.

No obstante, su valoración sigue siendo una tarea pendiente. El desarrollo de una sólida inteligencia emocional podría ayudar al adolescente a lidiar con las emociones difíciles. Por su parte, consolidaría estrategias de afrontamiento más adaptativas ante el estrés.

El apoyo familiar, un punto clave

La situación sanitaria actual implica para el adolescente un aumento de sus relaciones familiares en detrimento de las que pudiera desarrollar con su grupo de iguales. Se trata de una tendencia inversa a la natural durante este periodo de la vida.

Esta circunstancia incrementa la probabilidad de roces en la convivencia aunque pueden ser amortiguados con la programación de actividades compartidas y con valor reforzante.

Por otra parte, las reacciones de los propios adultos en una situación de crisis impactan de forma profunda en las conductas y emociones del adolescente. En este caso, los estilos de crianza excesivamente laxos o autoritarios son los que implican un riesgo mayor de problemas en ambas áreas.

Es esencial destacar que el malestar emocional del adolescente se suele asociar al distanciamiento de sus amistades, por lo que puede concurrir un abuso de las nuevas tecnologías (internet, móvil, etc.).

En este sentido debe regularse de forma cabal el tiempo que se destine a estas. Es importante porque su uso excesivo se asocia a una mayor prevalencia de trastornos clínicamente relevantes, así como a una mayor inactividad y a un patrón alterado de sueño.

Hay que recordar que el insomnio y el sedentarismo son también problemas graves. Estos deben ser atendidos y prevenidos por su estrecha asociación con el deterioro físico y afectivo a medio y largo plazo.

Por eso, la búsqueda de regularidad es esencial, sobre todo en periodos de confinamiento, lo que supone la articulación de normas para armonizar la convivencia.

Su construcción democrática prevendrá el frecuente declive del autoconcepto de los adolescentes durante esta coyuntura histórica, y les protegerá de cualquier otro riesgo de salud en un sentido amplio.

Joaquín Mateu Mollá, Profesor Adjunto en Universidad Internacional de Valencia, Doctor en Psicología Clínica, Universidad Internacional de Valencia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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