Por Marta del Amo
El mundo se enfrenta a una revolución tecnológica que amenaza con ser más rápida y profunda que cualquier otra. Prepararnos para ella nos ayudará a evolucionar, pero quien no lo haga, podría desaparecer
La humanidad ya ha vivido varias revoluciones tecnológicas. Desde el fuego a la revolución industrial. Pero quien no participa en ellas, desaparece, como le pasó a los neandertales y a Kodak con la revolución de la fotografía. Pero la revolución que se está en marcha ahora mismo no pertenece a un único sector ni a una única especie, la revolución actual podría transformar el mundo, los negocios, los empleos y el día a día que conocemos ahora mismo, como en su día hizo internet. Hablamos, por supuesto, de la revolución de la inteligencia artificial (IA).
Aunque esta técnica tiene varias décadas de antigüedad, algunos avances recientes la han hecho despegar a la velocidad del rayo. Ha dejado de ser un área puramente académica para convertirse en una herramienta cada vez más presente en cada vez más sectores de la industria. Las búsquedas en Google, las recomendaciones de Amazon y hasta la decisión de si un acusado merece libertad condicional o no, son tareas que ya trabajan con esta nueva herramienta.
Hasta los médicos empiezan a confiar cada vez más en estos algoritmos capaces de encontrar patrones invisibles al ojo humano. De hecho, la inteligencia artificial ya ha superado a los mejores doctores en el diagnóstico por imagen. En 2016, un algoritmo de Google demostró que era capaz de identificar una forma de ceguera mejor que los médicos, a partir de la información de una imagen de la retina del paciente.
Estos casos de éxito ya no son hechos aislados, sino que empiezan a formar parte del tejido económico y social. Por ello, es importante que empresas, gobiernos y ciudadanos sean conscientes de cómo pueden aprovecharse de la inteligencia artificial y prepararse para la revolución que supone, pero, ¿cómo?
Conscientes de las oportunidades que la IA puede aportar, los gigantes tecnológicos de Silicon Valley han empezado a poner sus sistemas de IA en la nube para que empresas más pequeñas y con menos recursos puedan empezar a trabajar con la tecnología sin necesidad de grandes inversiones. Y cada vez más entidades ofrecen formación para que cada persona y negocio pueda aplicar la inteligencia artificial en su beneficio. Empieza a ser famoso el ejemplo del ganadero que acabó desarrollando un algoritmo de IA para medir la salud de las ubres de sus vacas.
La inteligencia artificial puede absorber y agilizar las tareas más rutinarias. La respuesta a llamadas de servicios de atención al cliente, la revisión de jurisprudencia legal para un juicio y la evaluación para conceder (o no) de un seguro y su cuantía, son algunas de las cosas que la inteligencia artificial ya es capaz de hacer. Pero, ¿qué pasa con las personas que antes hacían estos trabajos?
La revolución de la IA no solo ofrece ventajas, también presenta retos. Quizá el más importante sea el de asegurar que las todas las personas siguen teniendo un propósito, una misión digna y una forma de sustento. Si el trabajo repetitivo se va a automatizar, como ya pasó con en la revolución agrícola, empresas y gobiernos deben asegurarse de formar a las personas en habilidades más creativas e imaginativas, que aporten valor al mundo.
El futuro de la inteligencia artificial todavía estar por dibujarse, y nadie sabe cómo se verá la foto final. Los humanos debemos adaptarnos, formarnos y ser flexibles ante los cambios. Las revoluciones tecnológicas son maravillosas, siempre y cuando estemos preparados para afrontarlas y dar un paso más en la evolución.
Fuente: Revista Tinta Verde
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