El fuerte proceso de urbanización que estamos experimentando, con una concentración demográfica del 70 % en núcleos urbanos, nos lleva a pensar en los riesgos que implican los nuevos modelos que no resultan sostenibles. Además, supone una acumulación de peligros.
Los desastres naturales afectan a más de 220 millones de personas al año. En 2020, dejaron 221 707 millones de euros en pérdidas y se estima que para 2030 puedan costar unos 415 000 millones de dólares anuales.
Ante esta situación, la ciudad reacciona de distintas formas, según su capacidad, experiencia y voluntad. Es lo que denominamos resiliencia.
Reconstruir considerando la sostenibilidad
Con frecuencia, muchas ciudades sufren catástrofes, de origen natural o humano, y necesitan reconstruirse. Para ello, aplican distintas modalidades según el impacto recibido.
La mayoría de las reconstrucciones se centran exclusivamente en reponer infraestructuras y servicios básicos de habitabilidad, como agua, electricidad, vivienda o comunicación reproduciendo los modelos anteriores. No tienen en consideración la sostenibilidad y los problemas previos ya existentes. Así, pierden una oportunidad de enmendar errores. Los planes urbanísticos y materiales utilizados reproducen la jungla de cristal y acero y las colmenas de viviendas. Olvidan las componentes verde-azules de un entorno amigable que incluye la naturación urbana.
Es hora de llamar la atención sobre las posibilidades que ofrece la reparación tras los fenómenos destructivos que sufren los núcleos urbanos. Con una visión realista, se debe tener en cuenta que la ciudad está concebida para el uso y disfrute de sus habitantes.
¿Es la ecociudad un mito?
Podemos plantearnos hasta qué punto es factible lograr un asentamiento urbano que sea sostenible, amigable con la naturaleza y agradable para vivir. Una ecociudad es un núcleo humano que cumple una serie de características:
- Es autosostenible.
- Tiene ecosistemas naturales que proporcionan condiciones saludables a sus habitantes.
- Presenta un balance positivo en la relación producción-consumo de productos y recursos, sin excedente de residuos ni externalidades negativas en su entorno.
- Sus habitantes mantienen unas relaciones sociales con equidad y justicia.
El modelo de comportamiento del ecosistema urbano es similar a los organismos vivos: respiran (utilizan energía exógena o endógena), crecen (se modifican a lo largo del tiempo en su estructura, tamaño y forma), se reproducen (desarrollo y planificación, nivel de formación e información), se mueven (transporte terrestre, aéreo, acuático), se alimentan (agua, aire, alimentos físicos) y generan residuos (orgánicos, aguas residuales, materiales contaminados).
Por ello, para su desarrollo necesitan una serie de recursos tanto materiales como humanos. La naturación, como incorporación de la naturaleza al entorno, aporta a través de las plantas y los sustratos, nutrientes, función clorofílica, áreas de recreo y alimentos. Este ámbito natural que aparece en los ambientes idílicos tal vez sea asequible en cierto grado si la sociedad se conciencia y pone los medios adecuados.
¿Qué hacer, cómo y quién debe actuar?
El punto esencial para abordar los problemas es concienciar a la población de su responsabilidad colectiva, que fuerce a todos a actuar de forma conjunta. Para eso se necesita formación e información, que permitan innovaciones y cambios sociales.
Los mensajes catastrofistas a veces no tienen el impacto deseado y pueden producir frustración e incapacidad de reacción por quedar fuera del alcance de los ciudadanos.
El horizonte de recepción del impacto es también importante. Si es demasiado amplio, a 50 años, es difícil de contrastar su veracidad. Además, los actores actuales pueden no sentirse afectados directamente. Tan solo queda el espíritu de solidaridad, pero siempre que no exija sacrificios muy elevados en el presente.
La sociedad urbana debe ser consciente de que las oportunidades se deben aprovechar aplicando su capacidad operativa para abordar los problemas. El análisis del pasado fortalece la programación del futuro.
Organizaciones como la World Green Infrastructure Network estimulan la comparación entre ciudades para conocer los éxitos y fracasos de políticas urbanas relacionadas. Aunque cada urbe tiene sus peculiaridades, que encuadran y restringen las medidas a tomar, hay un denominador común: la involucración de todos los actores del escenario ciudadano (vecindario, técnicos, académicos, funcionarios y empresarios) a través de diálogos sinceros y abiertos.
Madrid: una oportunidad tras la tormenta perfecta
Recientemente, Madrid ha experimentado la tormenta perfecta al coincidir la pandemia de covid-19 y el temporal Filomena. Ambas han puesto a prueba todos los recursos técnicos, económicos, políticos y humanos.
La pandemia plantea un nuevo modelo de vida que afecta al teletrabajo, con la vivienda-oficina. Ha provocado la reorganización del tráfico y supervivencia de ciertos modelos de sectores, atendiendo a su resiliencia, capital social, planificación y movilidad.
La tormenta Filomena ha tenido un impacto en la movilidad, actividad económica y, especialmente, ha supuesto un descalabro en las infraestructuras verdes.
En todo caso, la ciudad ofrece un desequilibrio en la distribución de zonas verdes, al verse rodeada de grandes áreas como la Casa de Campo o los montes de El Pardo, entre otras, con déficit en el interior, salvo algunos parques como El Retiro. La sensibilidad por ampliar las zonas verdes se muestra en proyectos como Madrid Río, y los programados Bosque Metropolitano, Madrid Norte y el Plan de Infraestructura Verde y Biodiversidad.
La recuperación de espacios verdes, a consecuencia de la tormenta Filomena, brinda una oportunidad para remodelar y ampliar infraestructuras verdes, elegir especies vegetales más adecuadas, crear pasillos verdes y utilizar espacios infrautilizados en cubiertas, paredes e interiores. Nunca es tarde si se sabe aprovechar la oportunidad.
Por: The Conversation
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